Guacara

domingo, abril 06, 2008

casa abuela

la casa de mi abuela siempre ha estado pintada de blanco, a veces con rejas blancas y con sus tejas anaranjadas. queda en la urbanización la floresta, al norte de guacara, donde hubo alguna vez un sembradío de flores. si cierro los ojos puedo sentirme en la sala de la casa, sentado en los muebles de ratán, escuchando los móviles arcilla que suenan como en la canción de los amigos invisibles escuchando y siripo, aquel perro que recogió sergio en la calle cuando medía el tamaño de su mano, ladrar con su tos seca.

mi abuela cándida laya se levantaba cantando y no se veía cansada de parir y criar a nueve hijos naturales. marlene se despertaba muy temprano para preparar el desayuno e irse a la escuela, en ese entonces maestra de preescolar en el malavé villalba. karina tenía su cuarto pero rara vez dormía sola, siempre se pasaba a medianoche a la cama de marlene, su mamá.

en la casa de mi abuela todo se perdía. una vez esmeralda dijo que era el triángulo de las bermudas porque lo que dejabas por ahí, desaparecía. la mesa del comedor era de vidrio redonda, y el estante del comedor tapaba las puertas de los cuartos. muy chico, una medianoche de un 24 de diciembre me escapé de los brazos de mi mamá, salí del cuarto de karina y corrí a lo largo de ese estante para llegar al comedor. en la sala vi a un pequeño ángel con alas blancas que flotaba en el aire y colocaba algunos adornos en el arbolito antes de que mi madre me halara de nuevo al dormitorio. nunca dije a nadie que había visto al niño jesús esa noche.

siempre estábamos jugando a lo que sea. marlene siempre se quejaba de que le gastábamos el agua fría de lanevera y llenábamos de sudor toda la casa. hasta jugábamos béisbol en el patio, en un espacio donde ahorita no podemos dar ni tres pasos. jugábamos donde sea: en el garaje, en la calle, en la sala. a veces nos íbamos a la canal a lanzar piedras al agua que bajaba o simplemente a no hacer nada. íbamos también al parquecito que queda al lado de la cancha, y nos montábamos en los columpios, la rueda y el subibaja (a mí siempre me han fascinado los subibaja). ahí una vez me robaron mi gorra de los chicago bulls unos adolescentes, en lo que fue mi primer encuentro formal con la injusticia.

todavía está el corazón de jesús en la pared. tiene todos los años del mundo y siempre le he tenido miedo. también creo que aún está el buda en el estante del comedor. lo que sí no existe es la mata de cayena, aquella mata de la cual arracábamos las flores y nos poníamos la semillita en la nariz para simular a pinocho. las rosas también las quitaron hace poco para poner cemento. nada más queda un morrocoy, cuando en su tiempo eran seis. a ellos le dábamos de comer cayenas pero con cuidado porque decían que te podían arrancar los dedos.

crecimos y, sin darnos cuenta, ya la casa de mi abuela no es la casa de mi abuela sino la de marlene. mi abuela se fue una semana santa a bañarse al río de vigirima y subir el cerro para llegar a la playa de patanemo. ahora los móviles son de metal y no de arcilla no sé por qué. el único perro que queda es tontón, un can muy feo que ni siquiera ladra. ahora los niños que recorren la casa gritando y tomándose el agua no somos nosotros, sino nuestros tres primitos pequeños. a ellos nos volcamos cuando están solos, nos pasamos el día y jugamos a lo que sea, dándole vida a la casa. en el piso de la sala, mi hermana se acerca a césar luis y le dice:

-césar, tú no me quieres.
-sí te quiero
-¿hasta dónde?
-hasta la luna

(junio 2006)